Avanzando en el diseño de ciudades amigables para la vida y las personas
En el Día Mundial de las Ciudades queremos reflexionar cómo las ciudades se pueden ir transformando para crear espacios más inclusivos para todas las edades. Al hilo de esta cuestión, hace pocos días la Universidad de Stirling acogía un seminario sobre cómo hacer la "High Street" (lo que en nuestro caso sería una Gran Vía o Calle Mayor) amigable con las personas con demencia. Mejorar el diseño para las personas con demencia es una cuestión en la que ya trabajan desde el Dementia Service Development Centre (DSDC), un centro de investigación en Reino Unido con una larga trayectoria en diseño amigable con personas con demencia y diseño basado en evidencias, y que parte de la premisa de que lo que esté bien diseñado para ellas – perfiles vulnerables y normalmente excluidos del día a día de la ciudad – será un buen diseño que pueda disfrutar el resto de la población. Recientemente, sus guías han empezado a incluir recomendaciones de diseño para espacios exteriores y espacios públicos. Pero, ¿es suficiente con incluir criterios de accesibilidad universal en el diseño de nuestras calles y ciudades para que sean amigables con las personas mayores o con las personas con demencia?
Dada la complejidad y la velocidad en la que las ciudades cambian en la actualidad, la pregunta nos lleva a reflexionar sobre los aspectos que se antojan fundamentales para avanzar en este movimiento de ciudades y comunidades amigables promovida por la OMS. Desde nuestra experiencia destacaríamos los siguientes:
Accesibilidad universal e inclusión
La accesibilidad universal es una condición básica que debería asegurarse en el diseño de una ciudad. Retomando el punto anterior, un buen diseño resuelve los problemas que pueden encontrarse los múltiples usuarios, con sus diversas necesidades funcionales, que transitan cada día los espacios – físicos y virtuales - de nuestras ciudades. De ahí la palabra “universal”. Es cierto que en muchas ciudades y pueblos de España tenemos un gran reto por la topografía y trazado de sus calles, pero siempre hay soluciones de diseño que, junto con los avances de las tecnologías, pueden mejorar notablemente los accesos y la usabilidad de los espacios.
Pero es importante destacar que debemos ir más allá de asegurar la accesibilidad solo por el hecho de “poder llegar”. Se trata de mejorar la accesibilidad teniendo en cuenta la proximidad y que los recorridos peatonales sean los más cómodos, agradables, interesantes, estimulantes y bellos, y no un mero encaje geométrico de rampas y recorridos (indiscutiblemente necesario).
Ciudadanía e inclusión, romper con el estigma
Únicamente facilitando los recorridos y accesos dejamos de lado otro componente fundamental. La amigabilidad viene también de la mano de una comunidad inclusiva que sea empática con las necesidades de todas y todos, y abierta a brindar una respuesta amable y acogedora. Podemos llamarlo sensibilización, pero, en una sociedad cada vez más individualista, esta capacidad de ponerse en la piel de la otra persona no suele aflorar por sí sola.
También en Reino Unido destacan los programas de formación para romper con el estigma de la demencia, y fruto de un mayor conocimiento y sensibilidad hacia la demencia se identifican buenas prácticas inclusivas en supermercados y tiendas, iglesias y parroquias, museos, cines y transportes. O en Brujas, su trabajo con la comunidad y su plan de amigabilidad a través de una red de comercios locales.
Si el uno de los principales medios donde interactuamos es un entorno urbano, éste debe de facilitar el encuentro para todas las personas, y tanto el sector privado como el público tienen que estar implicados. Buen ejemplo de esta colaboración público-privada, con ese enfoque inclusivo y comunitario, lo encontramos en proyectos como Lugaritz y Usurbil. Dos proyectos de innovación en cuidados y modelos de vivienda para personas mayores impulsados por Matia, junto a un abanico de entidades públicas, que se espera abran sus puertas el año que viene, pero que ya están trabajando en esa estrategia de cuidados y redes comunitarias tan necesaria para favorecer la transformación urbana de la que hablamos.
Imagen que recrea el diseño de la futura plaza de Lugaritz en Donostia-SanSebastián
Salud y bienestar
Tras la pandemia de la Covid-19, todos nos hemos cuestionado la salud en las ciudades. Pero las pandemias del siglo XXI no son solo las contagiosas, son aquellas derivadas de un estilo de vida urbano sedentario, expuesto a altos niveles de contaminación, ruido, estrés y golpes de calor y frío cada vez más extremos. Así, las últimas medidas en este contexto cuestionan el espacio de los vehículos en las ciudades, apuestan por soluciones basadas en la naturaleza y en la eficiencia energética y consumo de energías más limpias. En un enfoque global, podemos resumirlo en tres líneas de acción principales recomendadas en la Guía de Planificar Ciudades Saludables del Ministerio de Sanidad y la FEMP: ciudades y barrios para caminar, introducir la naturaleza en la ciudad y generar espacios de convivencia.
Tiempo, distancias y memoria
Con estos tres componentes nos queda pensar en una cuarta dimensión, que es el tiempo. Nuestros ritmos se han acelerado, más aún en grandes ciudades. Sin embargo, los proyectos más innovadores están buscando la forma de resolver la regeneración urbana en la escala del barrio, en distancias de proximidad. Desde la Neighbourhood Unit de Clarence Perry en el siglo XX, la ciudad de los 20 minutos en Melbourne, la del cuarto de hora en París, el distrito que permite tener una hora más a sus habitantes en Helsinki o la supermanzana de Salvador Rueda en Barcelona. Se busca tener más tiempo para la calidad de vida, que, en esencia, es tener más tiempo para compartirlo con las demás personas y con lo comúnmente llamado “comunidad”. Se trata de un cambio de paradigma en el que, si las distancias recorridas se hacen a pie principalmente, tendremos más oportunidades de observar nuestro entorno, vivirlo e interactuar con él.
El barrio modelo de la ciudad del cuarto de hora
El espacio público se convierte en una extensión de nuestra vivienda o bloque, y es en él donde podremos encontrar y descubrir a la otra persona, en ese ejercicio de empatía y ciudadanía compartida.
En este sentido, el significado de los lugares cobra especial importancia, porque son los escenarios de nuestras rutinas y actividades diarias, solos o en compañía.
En la región de Flandes, Bélgica, la esencia de un diseño amable y amigable con las personas con demencia radica en la pequeña escala, aplicada también al diseño. Entornos familiares y seguros, incorporando los elementos del patrimonio construido, símbolos, hitos… recuerdos de la memoria colectiva que nos permiten enlazar unas generaciones con otras y darle sentido a nuestra existencia.
Significado y sentido de la vida
Ya Aristóteles definió entre los objetivos de una ciudad el crear un entorno seguro para la ciudadanía y para que ésta fuese feliz. Sin entrar a debatir lo que para los griegos era un ciudadano, nos quedaremos con esa pregunta sobre el fin último de la ciudad. Todas las incertidumbres actuales unidas a la hostilidad de algunos entornos urbanos hacen que sea necesario formularnos la siguiente pregunta: ¿nuestra ciudad nos hace felices y optimiza las oportunidades para serlo? ¿Somos felices en nuestra ciudad? Y cuando seamos mayores, nuestro entorno se reduzca a un espacio de mayor proximidad y tengamos mucho más tiempo simplemente para estar, en ese momento, ¿nuestro entorno nos generará bienestar?
Cada ciudad y cada contexto tendrán una forma original y única de aproximarse hacia ese modelo de ciudad más amigable con la vida, pero sin duda tenemos que empezar a caminar hacia ese destino.
Me gustaría acabar con una cita, que avanza esa necesidad de "involucionar" hacia entornos más humanos, a esa proximidad y contacto que tanto se echa en falta en sociedades hiperconectadas, y al mismo tiempo, desasistidas de afectos, carentes de tiempos y espacios para acompañar, sociedades aceleradas que dan forma a ese mundo líquido, sin vínculos humanos, del que hablaba Bauman. “Debemos devolver a la ciudad las funciones maternales y protectoras de la vida (…) que, desde hace largo tiempo, están descuidadas y suprimidas. La ciudad debe ser un órgano de amor” Lewis Mumford, La ciudad en la historia.
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