Lecciones de la Covid-19: Cuando la pandemia te pone a prueba y la superas

Hola. Mi nombre es Juandedios, aunque la gente me suele llamar Juande o Juampi. Soy natural de Argentina, y quiso el destino traerme por circunstancias familiares a esta tierra. De eso ya hace 17 años. Ahora he formado familia donostiarra y trabajo de auxiliar de enfermería en Lamourous, un centro residencial donde llevo 15 años siempre en turno de noche. Así pues, velo los sueños de las personas mayores que viven en esta bonita casa ubicada en pleno barrio de Intxaurrondo (Donostia).

Me gustaría compartir algunas pinceladas de lo que ha supuesto la llegada de la Covid a los centros a través de mi experiencia personal. Una vivencia que me llevó a incorporarme de manera voluntaria en un centro donde el coronavirus había logrado traspasar sus puertas. Espero os resulte de interés.

Una llamada, una decisión

Mi historia en Otezuri comienza un jueves por la mañana. Jabi,  director de Lamourous, me llama para preguntarme si podría ir al centro de Otezuri de Zumaia. Allí había entrado el virus y necesitaban personal para reforzar una plantilla disminuida por los contagios de parte de los profesionales.  

Ni me lo pensé y solté: “Donde haga falta”. Era consciente del momento tan complicado para los compañeros y personas residentes de esta casa. Sentía la necesidad de ayudar.

El trayecto a Zumaia desde desde Zarautz resultó ser un tanto desolador. Tan solo se veía el mar al lado de la carretera. No había nadie, solo silencio. Eran aquellos días de estado de alarma.

Iba nervioso. No sabía lo que me iba a encontrar, nuevos compañeros, nuevos residentes, todo nuevo.

Los cambios traen aprendizajes

El transcurrir de la primera noche me tranquilizo bastante. Con los días me fui fijando en la calma y paciencia de mis compañeros. El buen hacer de Aitor, la complicidad y la simpatía de Martina, una de las residentes. Lierni, directora de Otezuri, volcada siempre como la que más. Tuvo el detalle de preguntarme cómo había pasado la primera noche. Y qué decir de las enfermeras. Me dejaban asombrado. A pesar de todo lo que tenían que atender, los brotes, las bajas,… ahí estaban. Calidad humana 100%.

La experiencia duró un mes y una semana. De Otezuri me llevo otra forma de ver las cosas. También el haberme visto en la tesitura de hacer frente a situaciones muy complicadas, en el quehacer diario, pero también en el plano personal.

Era muy duro volver día tras día a casa y verte en la obligación de confinarte en un cuarto. Sabes que no puedes contagiarte. Va mucho en ello. Apenas veía a mi mujer y mis hijos, ni podía hacer compañía a uno de mis aitonas, al que cuido habitualmente.

Todo era desinfectar desde que llegaba, hasta que me iba.

Cada vez que cogía el coche para ir a Otezuri, me despedía de mi familia y rezaba pidiendo que todo fuera bien. La llegada al centro también era todo un ritual. En la entrada, solo miraba el cielo y entraba. Recuerdo que esos días me aferré mucho a mis creencias.

No se me olvida el momento en que me comentan el positivo de una mujer a la que había acompañado la noche anterior. Iba protegido, pero siempre el temor a coger el bicho y convertirte en un agente de infección está ahí. Afortunadamente las pruebas que me hicieron siempre resultaron negativas.

A medida que la cosa mejoraba en la casa, y que el virus parecía controlado, empecé a vislumbrar la vuelta a Lamourous.

Aquellos últimos días trataba de animar a mis nuevos compañeros, que no bajaran la guardia. Antes de la marcha escribí una carta para agradecerles su acogida, su afecto, su paciencia y profesionalidad. Me habían hecho sentir como uno más.  

A las semanas me llegó al centro donde trabajo una bolsa de regalo y una tarjeta de agradecimiento desde Otezuri con una dedicatoria preciosa que siempre guardaré conmigo.

Lo vivido me hace pensar en la importancia, ahora y más que nunca, de estar juntos. Cuidar los unos de los otros nos hace más fuertes. Nos hace mejores personas.

Gracias Otezuri.