Cuando menos te lo esperes
Para tener un diagnóstico de esquizofrenia, no he vivido tan mal. Por poner un ejemplo...
Antecedentes
Tras mi maldita caída de doce metros, a causa de un fallido intento de suicidio (sin duda provocado por la susodicha enfermedad), nadie daba dos duros porque, en mis circunstancias, pudiera llevar una vida digna. A pesar de todo, mi médico -un aplicado y buen profesional- se encomendó, junto con mi padre y otros cuantos profesionales, a encontrarme un lugar decente donde vivir, siempre teniendo en cuenta mi evolución y mis necesidades.
Dicho lugar acabaría siendo un centro para gente con discapacidad, al cual yo, en primera instancia, era reacio a dar mi visto bueno, únicamente por desconfianza. Porque puestos a poner pegas, quien si no yo tendría que ser el primero en ponérselas.
No tardé mucho en ratificar que el centro en cuestión era apropiado, así como sus empleados correspondían plenamente a su faceta, siendo enteramente considerados para con nosotros, los residentes.
Pero, dejarme volver la vista atrás y contaros los inicios de este periplo.
La rehabilitación
Tras mi caída, llevé una vida de encamado en los cuales me pasaban de la cama a la silla de ruedas, y viceversa.
Aunque los avances eran lentos, al menos se palpaba una plausible evolución, en la que mi tormento superior, simplemente, era soportar el paso de los minutos sentado en mi silla de ruedas. Porque ésta, al contrario de lo que pueda parecer, en vez de aportarme una sensación de libertad ante un mundo en expansión, lo que me producía era un dolor de nalgas terrible.
De todos modos, mi mayor ilusión sí pasaba a ser la rehabilitación, y el posible e incierto futuro que me ofertaba ésta media hora al día, en la que la fisioterapeuta que estaba a mi cargo, minimizaba los silencios, y me hacía sentirme entretenido.
Así, mi estancia hospitalaria se alargó algo así como ocho meses y medio, tras los cuales pasé a ser residente, durante otros cinco meses y medio, en la Cruz Roja, donde aprendí a solicitar ayuda cuando lo necesitaba, y trabajé “las transferencias”. Es decir, el paso de la cama a la silla, y viceversa.
En IZA
Transcurridos otros cinco meses y medio, llegué al Centro Iza de la Fundación Matia, el lugar donde aprendí a divertirme a pesar de las limitaciones.
Volví a escribir poesía, y seguidamente, me interné en el mundo de la prosa. Igual por facilidad, igual por concretismo. Volví a comer chocolate con churros, recayendo una vez cada mes. Dicho así, suena a suplicio, pero en todo caso el suplicio llegaría a ser, una vez acabados, el mes posterior que debía esperar para pegarme otra panzada.
Vi la película “La Vida de Brian”, que os juro que en la vida la había visto hasta entonces. Y me pareció fantástica. Eso sí, irreverente… Pero como a mí me gusta. Y detalles como ésos, hay muchos, pero en general, el trato de los profesionales demuestra una actitud de preocupación por nuestro bienestar.
En esta casa somos un total de 78 residentes, junto con un grupo menudo de trabajadores, desde dirección y médica de psiquiatría, hasta aquellos que se encargan de la limpieza de nuestro hogar.
Puede que suene a que todo el equipo trabajador de IZA, se puede equiparar a un grupo de superhéroes sin puntos débiles, pero no se trata de ningún SUPER-GRUPO, lo cual les hace más humanas y cercanas (en femenino por ser mayoría). Diríase que son sencillas (en el buen sentido), listas, competentes, simpáticas, etc., pero eso sería como decir que todas están cortadas por el mismo patrón. Y como dicen en Cadena Dial: “calidad sin variedad, no sirve de nada”.
Y, tocando un tema fundamental, se puede decir que también hice avances a nivel motor, puesto que mantuvieron un seguimiento de mi fuerza y de mi equilibrio, que iban en auge, llegando a dominar con el tiempo la marcha con muletas, que con práctica y dedicación, llegaría a ser marcha con una única muleta.
De hecho, actualmente he llegado a alcanzar la andadura sin silla ni muletas, únicamente en mi planta de IZA. Aunque también es cierto que me ando con cuidado (¿y por qué no decirlo?, miedo) debido a que me vuelvo un poco peligroso por mi tendencia a tener los pies fríos, que se vuelven tiquismiquis y sólo aptos para verano. También las cuestas abajo o el suelo mojado me hacen pasar penurias.
Pero no todo es gloria. Un mal día, me dieron, por primera vez en mi vida, tres ataques epilépticos (jamás había tenido uno). No los recuerdo para nada, pero cuando me enteré se me pusieron los “huevecillos” de corbata. Gracias a Dios, no me rompí nada, y tampoco he vuelto a sufrir otro ataque, digo que por la prevención médica.
Mi opinión cuenta
Y ahora llevo ya más de doce años, interno en este festival de sorpresas, en el que mis opiniones no caen en saco roto. Un ejemplo podría ser la mesa de pin-pon, que no es reglamentaria, pero hace la función igual-igual.
Otra idea sugerida por mí, fue la diana de dardos electrónica, que rápidamente pasó a la acción. De hecho, ésta fue incorporada al centro en cuestión de unas tres o cuatro horas tras mi sugerencia. ¡Olé!
También llevamos una vida lo más digna y normalizada posible. Un ejemplo es que gozamos de una salida en microbús cada dos semanas, para tomar algo a la vieja usanza, o sea, en un bar. Lugar que repetimos cuando cumple con nuestras expectativas, y que se somete a votación entre nosotros, sus huéspedes.
Sólo hay una cosa que echo de menos aquí, en IZA. Desde que me accidenté… no he vuelto a ligar. Pero supongo que ahí el centro no puede hacer nada. No sé… a lo mejor si me pongo pesadito, me conceden una cita a ciegas, pero da algo de miedo pensarlo (no por desconfianza, sino porque soy algo “especialito”). Y aquí también la frase más laureada es “Cuando menos te lo esperes…” ¡Jodida frase! (¡Es que me revienta!).
Una mente que pretende ser animosa
Ésta es la historia que hizo mella en mí, la dichosa esquizofrenia. No voy a decir que me alegrara de haber pegado aquel salto, pero sí puedo afirmar que la vida que me ha llegado a ofrecer IZA no tiene desperdicio.
Echando la vista atrás, observo que mi estado anímico ha variado una barbaridad y, gracias a Dios, he tenido un cambio de actitud que ha transformado mi persona por completo. El caso es que mi trato ha mejorado bárbaramente. Digamos que soy más accesible. Me he vuelto más comunicativo y habilidoso. Y sobre todo… humilde… muy humilde.
Y es cierto que siempre existirá la posibilidad de que en el interior de mis delirios algún día diga: “Pues si el mundo no habla en serio conmigo, yo tampoco hablaré en serio con el mundo”. Aunque al mismo tiempo supongo que mi nueva actitud cantaría a la vista, porque probablemente, mi trato pasaría del ser afable en el que me he convertido a esa versión ermitaña que nadie, empezando por mi mismo, echa en falta.
De todos modos, aprovechando que ahora llevo varios meses siendo positivo... igual es cierto que “cuando menos te lo esperes…”.
Este es un fragmento extraído de un texto de Guilermo Bello. Os invitamos a leer la versión completa aquí.Autor
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