Mentira terapéutica: ¿Felicidad y dignidad?
Hace poco leía en “The New Yorker” un interesante artículo titulado “The Comforting Fictions of Dementia Care” (algo así como: “Las ficciones reconfortantes del cuidado de la demencia”), cuya lectura recomiendo. Su autora, la escritora estadounidense Larissa MacFarquhar, nos invita a reflexionar sobre el uso, cada vez más común, de la ficción en personas que viven con demencia. Abriendo con ello un debate tan interesante como complejo.
En su texto comienza hablándonos sobre el caso de una mujer con demencia que vive en un centro y que tiene por costumbre preguntar por su marido. Él murió hace varios años, pero ella no lo recuerda. Ante una situación así: ¿habría que decirle la verdad y causarle un profundo dolor, sabiendo que ella lo va a olvidar y que este momento de sufrimiento se va a repetir una y otra vez, día tras día? ¿O sería mejor decirle simplemente que está en el trabajo? ¿Es mejor confrontar con la realidad que ofrecer realidades comprensibles? ¿Qué es más importante para estas personas, la dignidad o la felicidad?. ¿La mentira directa es diferente de otras formas de engaño, como puede ser alimentar percepciones falsas, o permitir que persistan los delirios o alucinaciones que tiene la persona?.
Autores muy relevantes, como Mitchell, Templeton, McCormack y McCance, entre otros, llevan tiempo reflexionando sobre este mismo asunto. Un tema que implica aspectos éticos de gran calado, y cuyas inquietudes comparto a continuación.
En primer lugar, tenemos la veracidad como un componente básico del cuidado de la persona y de la Atención Centrada en la Persona. Por otro lado estaría la no-corrección (no enfrentar a la verdad, y dejar que la persona siga en su pensamiento), puede también ser visto como una evitación de una verdad innecesaria, más que como una mentira. Finalmente, una tercera aproximación sería la que denominaríamos “mentira terapéutica”, que es aquella mentira que se dice a la persona porque se cree que es por su propio interés.
Si ponemos el uso terapéutico de la “mentira” bajo las lentes de la ética, tenemos que tener en cuenta que según el principio de beneficencia, debemos ofrecer bienestar a las personas. Pero, ¿qué pasaría por ejemplo con el uso de muñecas por parte de las personas con demencia? ¿Acaso no se produce el riesgo de infantilizar la situación y tratar a la persona con demencia como a una niña?. Por otra parte, según el principio de autonomía debemos facilitar a las personas con demencia a que realicen sus preferencias, por lo que si una de estas personas desea usar muñecas debería ser apoyada a hacerlo.
Bajo ese prisma, resulta muy importante incorporar a nuestro trabajo la reflexión sobre cada uno de los casos que se nos planteen teniendo en cuenta que:
- Nada es automáticamente bueno o malo.
- Las distintas intervenciones no son más que herramientas, requieren de una aplicación personalizada y con significado para cada persona.
- Tenemos que hacer un uso de las herramientas con respeto y comprensión, y favorecer prácticas que faciliten la autodeterminación de las personas con demencia.
Como veis, estamos ante un dilema complejo, cuya solución no es nada sencilla. Quizás porque no exista una respuesta “acertada” y universal para todos los casos. Entonces, ¿dónde estaría la clave?. Bajo mi punto de vista, se debería tener en cuenta las condiciones y circunstancias de cada persona en cada momento. En una palabra: “personalización”.
Os invito a leer y profundizar más sobre el tema a través de las siguientes lecturas:
Añadir nuevo comentario